Que el amor es cuestión de química es un dato que no es novedad para nuestro imaginario cultural, pero Helen Fisher nos descubre la química del amor de manera literal ya que nos presenta de manera muy sencilla la neuroquímica del amor y las áreas cerebrales asociadas con ella.

Los tres neurotransmisores implicados son la dopamina, la noreprinefrina y la serotonina:

  • La dopamina es aquel neurotransmisor que está altamente relacionado con la atención, la motivación, las conductas con objetivos y el aprendizaje de estímulos nuevos. En estado de enamoramiento esta aumenta por lo que las conductas anteriores se agudizan aumentándose nuestra capacidad de atención en la persona amada, la dirección de nuestra conducta orientada a cortejarla y a prestar atención a los mínimos nuevos detalles que de ella percibimos.
  • El segundo de nuestros neurotransmisores es la norepinefrina, un derivado de la dopamina, que cuando aumenta en ciertas regiones cerebrales da lugar a los conocidos estados de euforia, aumento de energía, disminución de las horas de sueño necesarias y pérdida del apetito que caracteriza el comportamiento de las personas enamoradas.
  • Pero su estudio implica un tercer actor y no por ser el último es el menos protagonista, ya que la serotonina está implicada en múltiples transtornos mentales ya que esta tiene más un carácter de rasgo que de estado. Es decir su aumento o disminución tiene más que ver con los receptores en los que actúa y también en los que no actúa (siendo agonista o antagonista). Así, a grosso modo, su aumento en ciertas regiones cerebrales explica esos pensamientos rumiativos, obsesivos, que tenemos sobre la persona amada.

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Lo cierto es que si una persona se siente enamorada y analiza sus estados de ánimo, podrá comprobar como su cuerpo, su mente, cambia de manera aleatoria sin posibilidad de controlar la situación.